El tratamiento de la vida en las cárceles ofreció una
extraña fascinación a los directores cinematográficos de todos los tiempos.
Dentro de nuestra filmografía encontramos un abordaje del tema en etapas
tempranas de nuestro cine sonoro.
Ya en la década de 1940 encontramos envíos sobre el tema
carcelario. Siendo, sin lugar a dudas,
el más logrado “Apenas un delincuente” de Hugo Fregonese.
Este temprano tratamiento se verá acentuado en la década
siguiente pero con la particularidad que comienza a darse tratamiento al
encierro carcelario femenino. A punto
tal de llegar a constituir un subgénero en sí mismo que tiene su inicio en “Mujeres en sombra” (1951) de Catrano
Catrani y que continuará desarrollándose
a lo largo de las décadas siguientes, aunque no siempre con la misma calidad:
“Las Procesadas”(1975) de Enrique Carreras ,“Atrapadas”(1984) de Anibal Di
Salvo o “ Leonera”(2008) de Pablo Trapero sólo por mencionar algunos títulos.
En el período correspondiente al cine clásico encontramos
un tratamiento de la cárcel en dos sentidos antagónicos, aunque muchas veces
terminan siendo complementarios por su abordaje dentro del mismo argumento.
Esto sentidos son: la cárcel como
opresión o como lugar de redención; ya sea que la línea argumental se plantee
desde el punto de vista del delincuente o desde el punto de vista de la
sociedad.
En el caso de la adopción de una mirada desde el
delincuente, la cual se denomina crook- story, hay una crítica manifiesta a la
violencia como elemento propio – y hasta constitutivo- del orden social por
sobre la particularidad individual.
Esta crítica, curiosamente, plantea una dicotomía: por un
lado el retratar sociedades despiadadas y como resultante de la misma una
identificación del espectador con el protagonista; para ello se recurre, muchas
veces, al planteo de historias donde el presidiario es injustamente acusado y
encarcelado y encara una lucha ferrea por la recuperación de su libertad. La
utilización de esta variante en el crook-story persigue claramente que la
identificación del espectador con ese protagonista resulte lo menos
problemática posible.
Ahora bien, sea
cual fuere el punto de vista que asume la secuencia narrativa lo que
encontramos como regularidad es la descripción que se hace de la celda y que la
convierte en todo un símbolo en sí misma. Símbolo que asume todas las características
foucaultianas.
Una rápida recorrida por los diversos títulos que
abordaron el tema carcelario en nuestro país nos permite determinar marcadas
diferencias en cuanto a: profundidad de argumentos, gastos de producción, calidad en la conformación de elencos que
conforman un arco que va desde verdaderas joyas del cine, pasando por simples
denuncias oportunistas y hasta filmes donde la cárcel es un simple telón de
fondo para mostrar desnudos femeninos.
Dentro de esa heterogeneidad de propuestas, de todos
modos, pueden encontrarse algunas regularidades:
·
La mayoría de los envíos son protagonizados
por mujeres.
·
No hay una hay una verdadera intención de
reflejar las condiciones de vida carcelaria
sino, más bien, los modos en los que se trabaja el imaginario social del
confinamiento de mujeres en el que, de manera más o menos explícita, se abordan
tópicos como la prostitución, las clases sociales populares y el lesbianismo.
·
La utilización general del melodrama en sus
tramas argumentales en lo referente a la
historia previa de la protagonista que suele resolverse con una tardía
redención.
Una vez abordado el tópico de manera general, y a modo de
introducción, centraré el análisis de esta columna en la, que para muchos, es
la mejor película dentro del subgénero carcelario femenino: “Deshonra” (1952)
de Daniel Tinayre.
La película estuvo pensada, originariamente, por su
director para ser filmada bajo los preceptos básicos del neorrealismo italiano
con mayoría de personajes interpretados por actices no profesionales. Esta idea
es abortada ya que al llegar el libro al Banco Industrial (responsable de la
financiación estatal de las películas) Raúl Apold aprueba el proyecto con la
condición que el rol protagónico fuera interpretado por Fanny Navarro. Ante
esta condición Tinayre decide dar un cambio radical a aquella idea original y
convoca un elenco multiestelar nunca
antes reunido – ni después tampoco-. Así al recorrer los créditos encontramos
nombres de la talla de Tita Merello, Mecha Ortiz, Golde Flami Alba Mujica, Aida
Luz, Pepita Muñoz entre otras. Para completar la dupla protagónica se recurre
al actor George Rigaud.
Deshonra, entre otros aciertos del director, plantea dos
historias que se complementan y amalgaman a lo largo del film: el destino
trágico de una muchacha humilde que es acusada de un homicidio que no cometió y
encarcelada injustamente y la vida en las cárceles de mujeres, demostrando que
el principio constitucional de no ser lugares de castigo, sólo es letra
jurídica muerta.
La historia se estructura sobre la base de un melodrama
clásico, aunque con connotaciones renovadas. La protagonista, Flora, es una
muchacha humilde que comienza a trabajar como enfermera en la casa de un
matrimonio millonario donde deberá asistir a la mujer, Isabel, que se encuentra paralítica. El esposo joven y
atractivo, Carlos, mantiene ese
matrimonio no por un vínculo de amor sino por una conveniencia meramente
económica. La ecuación resulta simple y previsible; Carlos seduce a Flora para
utilizarla como mano ejecutora de un plan previamente diseñado, y al cual Flora
es ajena, para hacer caer a Isabel por el hueco del ascensor y así heredar su
fortuna. El plan se desarrolla según lo imaginado por Carlos y Flora, quien
llevaba la silla de ruedas desde la que la mujer cae al vacío, es condenada a
seis años de prisión luego de un juicio donde el tribunal sigue las reglas
hollywoodenses en cuanto a la puesta en escena.
El otro tópico, sobre el cual se concreta la estructura
melodramática, la vida carcelaria, paradójicamente culmina en una historia
feliz que es utilizada como una simbología directa de los cambio socio
políticos que instaló el gobierno peronista; ya que la cárcel, oscura y
despiadada llena de reglas humillantes para las mujeres humildes que allí están
sufre un cambio profundo a partir de la destitución de la directora y el
nombramiento de una interventora ( encarnada magistralmente por mecha Ortiz)
quien desde lo estético guarda una marcada similitud con el estilo de peinado y
vestimenta de Evita. Con esta intervención la cárcel pasa de un lugar de
castigo a un lugar de rehabilitación. Esta metamorfosis institucional es
inteligentemente expresada por Tinayre con un cambio profundo de iluminación
donde los espacios pasan de una oscuridad a una luminosidad .
Durante sus días como presidiaria Flora descubre que,
fruto de su relación con Carlos, está embarazada –hecho que oculta- y que
Carlos va a contraer un nuevo matrimonio con otra millonaria; circunstancia que
actúa como verdadero hecho catalizador para su huida del penal a través del
sistema cloacal de Buenos Aires durante una lluvia torrencial que le suma un
dramatismo extra a la huida. A pesar de esa accidentada huida logra enfrentar a
Carlos apuntándolo con un arma pero recibiendo un disparo que la deja mal
herida por parte de su amante, la escena cierra con una típica frase del
melodrama: “ no te iba a disparar. Solo quería ver hasta donde eras capaz de llegar”.
Flora es internada en la mejor maternidad de donde nace
su hija pero ella muere. La hija queda en manos de la interventora de la
cárcel. Esa escena encierra, en si misma otra simbología del régimen peronista,
al poner en imagen y con el parlamento de Mecha Ortiz aquel principio de “los
únicos privilegiados serán los niños”
Finalmente el caso, para no defraudar la identificación
propia del espectador, recurriendo a las bases del crook story, se
resuelve-aunque tardíamente- a favor de Flora y Carlos es condenado por el
homicidio de Isabel.
El tratamiento que Tinayre realiza de la vida
carcelaria está marcado, con esta idea
de trabajar el imaginario social sobre la cárcel de mujeres, por una
utilización minuciosa de los distintos estereotipos: así encontraremos en el
desarrollo de la trama a las lesbianas – que son las más violentas del
pabellón- jugadas por Golde Flami y Diana de Córdoba, las coquetas, la
bonachona, en una impecable composición de Pepita Muñoz, las estudiosas y las
guardias o celadoras que hacen gala del maltrato, con gestos duros, peinados
con rodetes tirantes y cuya aparición en escena siempre se realiza con un
tratamiento lumínico oscuro, siendo la actuación más lograda entre todas ellas
la de Alba Mujica.
El cambio institucional es resuelto magníficamente por el
director mediante algunas modificaciones escenográficas y un cambio rotundo en
la iluminación utilizada en el primer tramo del encierro de Flora. Quizás ese
cambio donde mejor se observa es en el
contraste entre las primeras escenas que se desarrollan en la enfermería y las
últimas ya que el lugar pasa de un cuarto con marcados signos de abandono a un
lugar luminoso y de paredes blancas.
Este cambio es otra de las simbologías que plantea la
película marcando el nacimiento de la “nueva Argentina” no se ve una refacción
de la cárcel sino otro lugar, como si las reclusas hubieran sido trasladadas;
es decir el paso de una Argentina oscura y de sometimiento de los más
vulnerables a otra más luminosa y con conquista de derechos.
El planteo de Daniel Tinayre articula, a nivel
metafórico, las mejoras estatales con la deshonra y muerte de Flora, cuyo
personaje actúa como una simbología de clase social; ya que atraviesa todo el proceso: mucama- humillada- acusada
injustamente- se convierte en enfermera en la cárcel y en madre. Derrotero que
pone en imágenes otro lema peronista de la dignificación por medio del trabajo.
Deshonra se convirtió, además de una excelente película
en lo que se considera el mayor éxito del cine peronista ya que se utiliza la
propaganda como un telón de fondo y permite a cualquier espectador ( más allá
de sus simpatías partidarias) identificarse desde la emoción con la
protagonista y acepta lo propagandístico en ese segundo plano.
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