En ésta columna del blog, y siguiendo con el rescate
filmográfico de grandes directores, me dedicaré a un cineasta fundamental para
nuestro cine, Lucas Demare.
Nacido en Buenos Aires en 1910 y fallecido en 1981. Fue uno de los
fundadores de la entidad Directores Argentinos Cinematográficos en 1958 Escribió y
dirigió títulos fundamentales de nuestro cine como: “La Guerra gaucha ”, “El cura gaucho” (1941),”Pampa Bárbara” (1945) que dirige con Hugo
Fregonese, a quien da su espaldarazo inicial como director,“Los Isleros”
(1951),"Zafra" (1958) entre otros.. Su último
trabajo como director fue en “Hombres de mar” (1977).
Demare, es un director de productos propios del realismo,
no recurre a cuestiones metafóricas para retratar el momento social pero, a
diferencia de otros directores de su época, tendrá la ductilidad necesaria para
mostrar ese realismo no circunscripto a un momento específico de nuestra
sociedad sino que irá y vendrá, en sus argumentos desde cuestiones épicas
relacionadas con la independencia hasta postales costumbristas contemporáneas con
el momento en el que filma sus películas.
En éste artículo me centraré en una de sus producciones más logradas, que tiene
la particularidad, que sólo alcanzan las verdaderas obras de arte, de mantener
su fuerza a través del tiempo; me refiero a “Los Isleros”.
Filmada en 1951 para Estudios San Miguel, es un drama
social protagonizado por Tita Merello, Arturo García Buhr y con destacados coprotagónicos
de Roberto Fugazot y Graciela Lecube.
El gran tema de la película es la vida de los hombres en
el río. No resulta menor aclarar que el río constituirá un fuerte foco de
interés en nuestro cine por su relación directa con la idea de progreso del
país basada en la lógica de circulación de riquezas y vinculación con el mundo
que permite el ambiente fluvial.
En el tratamiento que Demare hace, en ésta película, del
río encontramos dos polos que funcionan con la lógica de expulsor/ receptor,
aunque dicha lógica no sea unívoca o lineal. Por un lado la idea de “vida
puerto” y se emparentamiento con un área urbana con ribetes cosmopolitas
reflejados en elementos tales como: el comercio, el dinero y los distintos
lenguajes que confluyen en un espacio y “la otra orilla”, lo que podríamos denominar
como la ciudad contra el río, que será el lugar de las vidas naufragadas,
condenadas a un contacto con la civilización de tierra firme pero sin lograr
una integración a pesar de los vínculos permanentes entre esas dos orillas.
Sus protagonistas se reconocen como habitantes propios
del lugar ya que hay una experiencia vital que los sustenta y los mantiene en
ese espacio. Este reconocimiento es expresado claramente por el posicionamiento
que toma el director con la utilización de elementos visuales que dan cuenta
que el río es visto desde una canoa y no desde un buque. Dando lugar, desde ahí
a mostrar dos escenarios tradicionalmente anómalos, como el agua y las islas,
que serán vistos como lugares quietos pero que están en permanente movimiento
por la acción del agua.
La base argumental cuenta con dos pilares:
·
La vida en las costas
·
La justicia terrestre
La vida en las costas que muestra una dependencia del río
instalando una “periferia urbana” pensada como provisoria porque será devorada
por la ciudad en un interjuego dinámico entre suburbio y barrios integrados.
Así mismo la idea de frontera que se maneja marca las
diferencias entre una frontera terrestre que no puede moverse ya que se
urbaniza hasta el borde y una frontera acuática que está en permanente movimiento
y retroceso por la acción del río.
La vida cotidiana islera será la más afectada por esa
dualidad de fronteras; ya que depende de la frontera acuática en cuanto al
transporte y las inundaciones que todo lo arrasan pero no puede desconocer o
negar la vida en tierra firme donde necesariamente deberán hacerse ciertas
cosas como: el divertimento de un baile, el acceso a comercios o la atención en
un hospital.
Lo antedicho queda demostrado en, al menos, dos escenas:
el parto de “La Carancha” y el traslado de Tonio a la ciudad con su familia cuando su esposa
queda embarazada.
Ese juego de orillas que plantea Demare resulta innovador
al contraponer una orilla real como el río con una metafórica como la ciudad.
Dando lugar a mostrar la existencia de lo que podemos llamar dos tipos
orilleros: “el urbano”, constituido por una mezcla de hombre de adentro/afuera
y “el islero” que no cuenta con esa mezcla ya que la orilla es su cotidianidad
(la pesca, la canoa y ese acontecimiento clave en sus vidas que es la llegada
de la lancha de la proveeduría) y como tal lo margina a un adentro casi
permanente.
El otro pilar al que he hecho referencia, la justicia terrestre, instala una idea
interesante y constituida por una dualidad con base real y estereotipada. La
isla es una zona de frontera, pero una frontera que tiene la particularidad de “no
tener ley”, al menos entendida desde su concepción hegemónica, ya que en ella
la autoridad estatal aparece absolutamente menguada porque todo se resuelve de
facto: los casamientos, la ocupación de bienes ajenos, el ajuste de cuentas. La
justicia terrestre no logra hacer pie en las islas lo que implica una
posibilidad de in visibilizarse para el aparato represivo del Estado.
Esta idea de la isla como un refugio para la ilegalidad
se refuerza desde la singularidad del propio islero, acostumbrado a la vida
dura y con un dejo de singular desconfianza mezclada con inocencia. El
habitante de la ciudad irrumpe en la isla rompiendo un ritmo de vida casi
anfibio produciendo en el hombre de la
orilla adhesiones o rechazos pero nunca indiferencia, como lo demuestran los
personajes de “El Gringo” y de Berta en la trama del film.
“Los isleros” es sin dudas una joya de nuestro cine y
marcó la consagración de Tita Merello como la gran trágica argentina al encarnar
a una verdadera heroína del neorrealismo.
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