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CUANDO LO JUEVENIL NO ES SINÓNIMO DE SUPERFLUO -JOSÉ MARTINEZ SUAREZ-

Como ya he expresado oportunamente, dentro del universo de notables cineastas argentinos de todos los tiempos, solamente dos pueden ser considerados verdaderos transgeneracionales porque reúnen en su filmografía esos dos caracteres esenciales, pero difíciles de lograr, de haber transitado con solidez distintas etapas de nuestro cine y, también, fueron maestros de otros directores más jóvenes. Manuel Antín y José Martínez Suárez.

Ambos cineastas coinciden en ser poseedores de otros atributos como: la versatilidad que les permitió también ser guionistas y asistentes de dirección y, fundamentalmente, una notable humildad y ética personal y profesional. 

En este artículo me referiré, en forma general  a la producción de José Martínez Suárez.

Nacido en Santa Fe en 1925; realizará su primer asistencia de dirección en la película de Mario Lugones "Un hombre solo no vale nada" (1949)

Una década después, y habiendo adquirido una formación verdaderamente integral, en el cine de estudios se lanzará con su único corto metraje: "Altos hornos de Zapla".

En 1960 llega el momento de mostrarse como director y que el público masivo pueda empezar a reconocer los caracteres que definirán el sello particular de Josecito como realizador. Creo que ese diminutivo de su nombre, que conservó, hasta su muerte en 2019, es el primer elemento que define sus películas; porque el cine de Martínez Suárez es, básicamente, un cine de gente joven. 

Los protagonistas de sus filmes siempre son jóvenes, pero desde una concepción profunda e integral de la juventud, ya que en ocasiones esa categoría se ocupa por la pertenencia a un rango etario ("El crack" o "Dar la cara") y en otras serán adultos, o incluso adultos mayores, que siguen conservando un espíritu juvenil que en ocasiones puede ser rayano con juegos infantiles, que por su esencia, sin embargo, no determinará que no ingresen en verdaderas zonas delictivas ("Los muchachos de antes no usaban arsénico" o "Noches sin lunas ni soles").

Esa mencionada transgeneracionalidad que lo llevó a formar a: Lucrecia Martel, Leonardo Di Cesare, Juan José Campanella y Gustavo Taretto, entre otros, también la encontramos en sus tramas argumentales, que abarcaron un amplio abanico en su no extensa filmografía, yendo desde del drama deportivo, al costumbrismo, la comedia negra o el policial negro.

Otro rasgo fundamental en su cine es la filmación en exteriores, ya que sostenía que en todos sus años como asistente no había encontrado un decorado que dotara a las producciones de una cotidianeidad y un realismo en el que el espectador pudiera sumergirse y sentir que estaba siendo parte de la historia o que esos personajes podían estar a la vuelta de la esquina.

El último elemento identitario que encontramos en su filmografía es la presencia de la denuncia social; sin caer, como otros cineastas menores, en lo burdo de la denuncia oportunista.


Su primer largo metraje, "El crack", protagonizada por Jorge Salcedo y Aida Luz,  toma la historia clásica de un joven de clase media baja, que siendo virtuoso en el manejo de la pelota, es tiranizado por un padre, con dejos brutales, que cree ver en la habilidad de su hijo la mejor válvula de escape para abandonar una vida de privaciones y frustraciones propias. 

Sin dudas el planteo constituye una de esas historias incómodas y que manejan con maestría la carga de frustración del espectador al darle un final distinto al esperable.

Verdadera historia de triunfo por sobre la adversidad termina siendo utilizada por Martínez Suárez para efectuar una denuncia sobre los negociados del mundo deportivo profesional  y la crueldad en la que puede caer los seguidores de una figura en ascenso.

El título de su opera prima es otra genialidad llena de una  sutileza irónica ya que , en verdad, es una alusión tanto al protagonista como a la lesión deportiva que terminará mostrando una realidad que sepulta sueños juveniles, otra regularidad en su cine.


Justamente esa realidad devoradora de sueños llegará a sus límites más explícitos en su  segunda película "Dar la cara" (1962) con guion propio y de David Viñas sobre un cuento de este último "Dar la frente". Esta película cuenta con varias curiosidades:

1. el argumento cinematográfico dará lugar a la novela de Vinas con el mismo título que se publica con posterioridad al estreno cinematográfico.

2. En el armado del guion ante una diferencia de criterios entre los autores, deciden solicitar a Leopoldo Torre Nilsson el veredicto para dirimir el conflicto.

3. En la función de estreno, se encontraba entre los asistentes Quino que estaba buscando un nombre para un personaje de historieta que, por encargo de  una casa de electro domésticos que lo había contratado, debía comenzar con la letra eme. En la película hay una escena, absolutamente menor, en la que ante la pregunta sobre el nombre de la beba que está en un moisés la respuesta es Mafalda.

4. En su numeroso elenco hay futuros directores icónicos como: Leonardo Favio, Lautaro Murua, Fernando Birri, Pino Solanas, etc.

"Dar la cara" es una película extraordinaria, tanto por la solidez del relato como por la fuerza con la que  nos muestra las secuelas en una  juventud que había atravesado el 55 y el rotundo desengaño del desarrollismo de Fondizi.

Protagonizada por Leonardo Favio, Luis Medina Castro y Pablo Moret es la historia sobre un grupo de muchachos que finalizan el servicio militar y vuelven a la vida cotidiana con su carga de proyectos y sueños que serán interpelados por una realidad que no sabe de romanticismos juveniles y que les mostrará, que los talentos no son garantía de concreción de ideales ya que que no hay ningún escenario social que no esté invadido por las mezquindades.

Técnicamente "Dar la cara" es una película eminentemente política, esencia que queda plasmada en varios de sus diálogos y en la que, además, Martínez Suárez utiliza la idea vanguardista de colocar ficciones cinematográficas dentro de otra ficción.

Indudablemente este filme es un retrato que nos permite observar con una precisión absoluta la vida y el clima de una Argentina inestable y convulsionada.




En 1965 forma parte de una producción coral ,que reúne a seis directores, "Viaje de una noche de verano". Película verdaderamente indescifrable y olvidable que, el propio Martínez Suárez, catalogó de engendro. Sin embargo, en honor a la verdad los episodios de Rodolfo Kuhn y de Martínez Suarez son los únicos que intentan ir a una propuesta más lograda.

Una década después llegará su cuarta película "Los chantas" con un extenso elenco en el que se destacan: Norberto Aroldi, Elsa Daniel, María Concepción Cesar, Oiinda Bozán y Tincho Zabala.

Sus protagonistas, que rondan los cuarenta años, siguen siendo jóvenes en sus actitudes y en algunos ideales. Claro está que esa tardía juventud está matizada por el fracaso de aquellos sueños propios de un veinteañero. 

Es un filme de personajes arribistas que se mueven en un mundo delictivo de poca monta. Quizás la simpleza de sus historias es lo que hace que estos "chantas" sean vistos con simpatía y ternura por el espectador.

Si bien la temática es marcadamente costumbrista, cuenta con una mirada del director que visibiliza a una sociedad agresiva, intolerante. 

Técnicamente hay un manejo exquisito del grotesco, género no muy logrado en nuestro cine, que al no caer en la exageración desmedida le permite mantener una graciosa frescura.


En 1976 será el turno de la genial "Los muchachos de antes ni usaban arsénico", una comedia negra de excelencia en la, que sin embargo, la influencia del cine inglés no le impide ser profundamente local. 

Con un elenco acotado, en cantidad de personajes, pero desbordante de talento: Mario Soficci, Arturo García Buhr, Narciso Ibañez Menta, Mecha Ortiz y Bárbara Mujica darán vida a una historia de "adorables ancianos" capaces de llegar hacer desaparecer toda persona que intente hacer naufragar su proyecto de mantener una plácida vida homosocial, al mejor estilo adolescente.

Resulta llamativo, con una mirada retrospectiva, como Martínez Suárez muestra el clima sombrío y de terror imperante en el año 1976 en nuestro país. Quizás ese tratamiento sea la génesis de ese tinte profundamente localista dentro de  ese género foráneo.



Su despedida como realizador llegará en 1984 con "Noches sin lunas ni soles" protagonizada por Alberto de Mendoza y Luisina Brando. Un policial negro profundamente argentino, con escenas de acción que, por su realismo, se sitúan entre lo más logrado de nuestro cine.

La trama está atravesada por un espíritu fatalista donde los delincuentes parecen ser absolutamente conscientes  del potencial auto destructivo de su oficio pero, a su vez, son interpelados por una necesidad irrefrenable de ejercerlo.

"Noches sin lunas ni soles" es un filme profundamente reflexivo donde el planteo del director consiste en una inteligente confrontación, al estilo juego de espejos, entre los códigos de quienes están fuera de la ley y quienes la imponen. Complementándolo con la visibilización del paso del tiempo.

En síntesis José Martínez Suarez es un cineasta de excelencia que por su profundo posicionamiento ético no tuvo la difusión que hubiera merecido y a quien se le mermaron las posibilidades de contar con una filmografía más extensa.

Un apasionado, un hombre de cine que cuando ya no tuvo propuestas para continuar filmando siguió vinculado al hacer cinematográfico como formador de cineastas y desde la Presidencia del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Un verdadero trabajador de la cultura.




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