Luego de la magnífica exploración de la decadencia de
clase social, desde un universo totalmente subjetivo, que Torre Nilsson lleva a cabo en: “Graciela”, “La casa del ángel”, “El secuestrador”, “La caída” y “La
mano en la trampa” su propuesta cinematográfica realiza un viraje
interesante, no por un cambio de tema central de sus películas, sino porque esa
decadencia de clase abandonará ese marcado universo subjetivo para incluir la
dimensión política.
El primero de sus filmes que ofrecen esta interesante
variante es “Fin de fiesta” (1960)
sobre la novela homónima de Beatriz Guido y protagonizada por: Lautaro Murúa, Leonardo Favio y un
sugestivo cambio en la actriz protagónica que será Graciela Borges; a quienes acompañan Arturo Gracía Buhr, Lidia Lamaisson y Osvaldo Terranova.
La película rescata la época de los años treinta, un
partido político, el conservador, un caudillo (inspirado en Alberto Barceló) y
un matón a su servicio que posee características que lo identifican con “Ruggierito”.
En la ficción , estos personajes asumen el nombre de Mariano Braceras ( García
Buhr) y Guastavino (Murúa) respectivamente.
Las circunstancias del film nos resultan tristemente familiares, ya que con el correr de las
décadas no pierden vigencia y, como sociedad las hemos atravesado una y otra
vez. Un político tiraniza a su pueblo
como si se tratara de su feudo personal, aferrándose a su poder hasta llegar al
límite de un autoritarismo, marginal respecto de cualquier legalidad
instituida.
Fin de fiesta es un extenso flashback en el cual Adolfo Braceras ( Leonardo Favio) regresa, luego de la muerte de su abuelo, a la casona familiar con la finalidad de comprobar cómo es ese espacio sin la tiranía del caudillo. Ese regreso lo sumerge en el recuerdo de los hechos que le permitieron descubrir que ese mundo, en apariencia, impoluto estaba minado de actos de corrupción.
Mariano Braceras (Arturo García Buhr), quien en una tarde estival, luego de organizar con Guastavino (Lautaro Murúa) -su hombre de confianza- un operativo nocturno para torturar a dos miembros del partido opositor, le aplica a su nieto una soberbia paliza a cintazos por haber intentado besar a su prima Mariana (Graciela Borges). Desde ese despotismo, que lo lleva a erigirse en dueño de su familia y su pueblo, se gana el odio de su joven nieto. Esa misma
madrugada, Adolfo presencia el fusilamiento de los dos opositores, quien al ser
descubierto por Guastavino se ve obligado a guardar secreto de lo que ha visto.
Mientras tanto, su abuelo, para ocultar los crímenes, arma un gran funeral con
todos los honores por la muerte de esos dos militantes, a los que califica públicamente
como “nobles opositores” que fueron
asesinados en una simple reyerta callejera.
El silencio cómplice que Adolfo debe
guardar lo acercará a Guastavino, quien
le hace conocer otros aspectos de la vida nocturna del pueblo, las riñas de
gallos con apuestas arregladas siempre para el lado de su abuelo y el maltrato
a una prostituta quien oficia de pareja de Guastavino.
Luego de una jornada electoral fraudulenta, Adolfo increpa a su abuelo sobre
las noticias que publica la prensa, sobre los fusilamientos y el fraude en los
comicios que le ha dado una nueva victoria electoral.
Furioso por la insolencia de su nieto, a quien creía estar educando a su
manera para se su sucesor, el caudillo lo destierra del pueblo mandándolo una temporada a un
convento jesuita de la provincia de Santa Fe para que el joven rebelde “aprenda
a obedecer”. En ese momento, nace el rencor hacia su abuelo y buscará verlo
caído en desgracia.
Pasado un tiempo Adolfo vuelve a la casona familiar recibiendo el perdón de su
abuelo.
Adolfo asiste con
él y Guastavino al Senado, donde se está desarrollando el histórico debate
sobre la exportación de carnes, durante el cual se comete el atentado contra la
vida de Lisandro de la Torre, en el que muere el senador Enzo Bordabehere.
Al escapar del Congreso, Guastavino le manifiesta
a Adolfo que le parece que ese asesinato
es haber ido demasiado lejos y que siente que debe retirarse de la vida
criminal a la que lo ha conducido estar al servicio del viejo Braceras.
En los días siguientes le comunica la decisión a su patrón y éste
inmediatamente le ordena a sus segundos, que asesinen también a Guastavino.
En el inteligente planteo hecho por Torre Nilsson, Adolfo asume, alternativamente,
los roles de testigo, narrador y
comentarista.
Lo que desde una lectura lineal y simple puede confundirse con un drama
familiar; en verdad funciona como una excusa para describir la caída de un
sistema político corrupto encarnado con
su entramado de clientelismo político
para tapar cualquier exceso del poder.
Ese clientelismo, que no ha caducado en la actualidad, es la forma más baja de
participación democrática, ya que ofrece sus votos al mejor postor. Allí se marca
el paso de una época a otra, de un cambio en la forma de hacer política, de la
cual el joven Braceras es el representante.
“Fin de fiesta”, como todas las películas de “Babsy” está marcada por el uso virtuoso de la cámara, utilizada en todas sus posibilidades expresivas y de la iluminación como elemento dramático, al servicio del carácter de una historia narrada. con profunda cinetograficidad
La iluminación,
que no solo permite la visibilidad de los objetos del mundo para el ojo
fotoquímico de la cámara, sino que desde un profundo trabajo sobre el claroscuro aporta un sentido
dramático calculado. Acción que se refuerza desde la banda sonora atonal que acompaña a las imágenes pero sin invadir
el ambiente..
Los rasgos siniestros y aterradores que
se visualizan en la figura del tirano,
no solo se deben a las acciones explícitas , sino también a la riqueza de su
representación plástica y visual en la pantalla, que aumenta esta sensación de
poder y criminalidad.
Si la antigua casona que aloja a los personajes
principales, nos sumerge en un clima tenebroso y claustrofóbico, se debe al
tipo de iluminación escogida en la prevalecen los grandes contrapicados entre paños de sombras, en contraste marcado con los
sectores iluminados, volviéndola real y concreta y al mismo tiempo, misteriosa
y fantasmagórica.
Posiblemente la característica sobresaliente de esta película tenga que ver con una madurez del
director, de los materiales técnicos-expresivos (cámara, iluminación, música,
tipos de encuadres) que por un lado participan en la construcción de la
atmósfera ominosa que caracteriza al relato y, al mismo tiempo conforman un
verdadero retrato de la personalidad de los protagonistas y de los hechos que
los definen como tales; gracias al empleo
de la luz, la variación constante de las posiciones de cámara y los tipos de
encuadre que están trabajados en función
dramática y no como un elemento externo o accesorio a la representación
cinematográfica del relato.
La concepción del cine de Torre Nilsson es la de forzar las apariencias de lo real no para producir una imagen deformada sino para conseguir su verdadera expresión cinematográfica, al revelar los aspectos más esenciales e íntimos de la realidad. Para que quede más claro podemos decir que, si bien la imagen cinematográfica producida no es enteramente “naturalista”, sí estamos autorizados a decir que son la expresión más acabada y rica de la esencia de esa realidad, revelándonos aspectos ocultos que una figuración simplemente naturalista no hubiera llegado a conseguir.
Ésa es también la condición fundamental de la estética expresionista, que caracteriza a Torre Nilsson, desconfiar de la imagen artística muy parecida a la que el ojo percibe en la realidad, ya que la misma por su afán de identidad con su modelo es incapaz de hacernos percibir el rostro oculto y esencial de lo real.
El título de la película hace refiere al fin de una época oscura, de poder sin límites para unos pocos que aterrorizan a unos muchos. Representa también la esperanza en la posibilidad que surja una nueva dirigencia más democrática
La experiencia
histórica lo desmiente por eso el interrogante que titula esta columna: ¿Final
o cuarto intermedio?




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