ACUMULACIÓN DE DERRUMBES.
Junto con el inicio de la convulsionada década del 70 comienza su carrera Raúl de la Torre. Nacido en 1938, durante un cuarto de siglo llevará adelante una carrera de cineasta que comenzó con un horizonte muy promisorio pero que, en algún momento, entra en una verdadera caída libre. Por lo que se puede afirmar que, al estilo de Carlos Hugo Christensen su producción se va deteriorando con el paso del tiempo hasta llegar en 1995 a su última película, "Peperina"; que resulta un verdadero engendro absolutamente olvidable y que compite, cabeza a cabeza, en el podio de lo menos logrado de sus once películas con "La Revolución"(1973).
Su propuesta cinematográfica está estrechamente ligada a la clase media argentina y sus evoluciones e involuciones.
Justamente su primer filme "Juan Lamaglia y Sra" de 1970 iba a llamarse "Clase media", protagonizado por Pepe Soriano y Julia Von Grolman.
Su opera prima fue multi premiada a nivel local, incluyendo el "Cóndor de Plata", lo que abría un panorama por demás alentador para su carrera cinematográfica.
Su producción refleja desde la prosperidad industrial y la sofisticación cultural de los años 60 hasta la estafa menemista de la década del 90 como ningún otro director argentino pudo hacerlo; a tal punto que su carrera se clausura con una verdadera estafa fílmica; única forma que encuentro de definir a su último envío.
Entre 1970 y 1976 tiene su mejor momento (solo interrumpido por el traspié de "La Revolución") desde la ya mencionada "Juan Lamglia y Sra" hasta "Sola"(1976).
En dicho período encontramos un tridente, compuesto por "Crónica de una Señora"(1971), "Heroina"(1972) y "Sola" 1976; todas protagonizadas por Graciela Borges este conjunto de películas constituyen una profunda indagación del mundo femenino.
Del mencionado tridente, en este artículo haré foco en "Heroina" por considerarla la de mayor excelencia de la triada.
Así como en "Crónica de una señora" el personaje pertenecía a la clase alta porteña. En "Heroina" De la Torre vuelve a retratar la clase media, que sin dudas conforma el universo donde mejor se mueve como creador.
En ésta ocasión sumará a las características de clase la euforia política setentista y el apogeo del psicoanálisis como elementos estructurantes del relato.
Con base en una novela de Emilio Rodrigué, que implica un profundo cuestionamiento a la práctica psicoanalítica que se había generalizado en la cultura hegemónica argentina del momento, el guión cinematográfico agrega una situación paralela en un ambiente proletario ajeno cultural y económicamente a toda posibilidad de terapia.
Para esos años el propio Rodrigué plantea una "liberación social e individual" procurando un acercamiento del psicoanálisis a la militancia política.
El argumento nos muestra a Penny, una joven de clase media que atraviesa un conflicto neurótico grave. Atravesada por la soledad, no ingenuamente su nombre de Penélope, responde al análisis terapeútico primero desde una manera lindante con la adaptación para luego trascenderlo y tomar, por primera vez, decisiones propias que modifiquen su vida.
El filme de De la Torre se encuentra estructurado en un prólogo y epílogo que funcionan como dos partes separadas entre sí por un episodio traumático que queda en off y que se reconstruye en la segunda parte a partir de una interpretación de los hechos narrados en la primera parte.
En el planteo del prólogo, que funciona como un anticipo del posterior quiebre, el Director va a situar a Penny (Graciela Borges) en la ciudad y en tensión con sus vínculos que se materializan en una tía molesta y alguien que no llama, es decir un ausente.
Es muy destacable la capacidad visual que pone en juego, desde el tratamiento de la imagen, De la Torre para captar, en toda su profundidad, la fragilidad de la protagonista. Ejemplo de esto son dos escenas; una muda en la que en la nochebuena se cuelga unas guirnaldas de luces en su cuerpo y otra en la que en medio de un congreso de psicología, en el que trabaja como traductora, entra en crisis a través de un grito primario descontrolado.
Como ya expresé hay una segunda parte del nudo argumental donde se retoma en clave psicoanalítica el conflicto original de la protagonista. Para esta parte el Director recurre a la figura del analista de Penny (Eduardo Pavlosky) mediante la utilización de una serie de "inserts" que permiten ilustrar claramente los hechos que son objeto de la reconstrucción.
Penny sigue una terapia de grupo, típica de los años 70, hasta que decide, en ese trascender lo terapéutico desde la fase reflexiva a la fase de acción, viajar a Costa Rica en busca del personaje encarnado por Lautaro Murua.
Otro profundo acierto del Director consiste en la forma en la que logra incorporar, al tema central, esa historia paralela y complementaria que sirve para plantear el clima político propio del momento de la filmación.
Desde la reconstrucción que hace el analista de Penny; la situación sociopolítica irrumpe en escena, casi manera natural, con la incorporación de la relación afectiva que la protagonista vivió con un empleado ferroviario (Pepe Soriano). Aquí mediante la utilización de un juego de plano secuencias, que inicialmente pueden resultar arbitrarias pero que resultan absolutamente funcionales para mostrar el contraste de. formas, lenguaje y diversidad con el resto del relato fílmico y que sirve para comprender que la separación entre ambos fue más una consecuencia de clase social que de distancia etaria.
Estos dos personajes, que continúan su vidas de manera paralela y no volverán a verse, sin embargo vuelven a amalgamarse en el final ya que ambos tomarán decisiones que cambian sus vidas. Penny con el viaje a Costa Rica y el ferroviario que pasa de la simple especulación `política a salir a la calle y sumergirse con un grupo obrero en la turbulencia política de 1972.
Con grandes actuaciones de los mencionados actores a los que se suman interesantes pequeños papeles de China Zorrilla y María Vaner; el Director logra una muy interesante propuesta que resulta rupturista en la forma en la que se interpela el mundo femenino
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